Hace 15 años aproximadamente, decidí vivir sin un celular y luego de vivirlo lo reformulé a sólo no usar un teléfono inteligente. Era todavía una estudiante universitaria que trabajaba medio tiempo en una tienda de bicicletas. Pudiese pensarse que pasaría desapersivido. No existía, todavía, la urgencia (esa urgencia actual) de la inmediatez y de las apps para todo, por lo menos en mi círculo social. Estoy segura que en Corea del Sur, China o USA el escenario era muy diferente.
Antes de continuar solo quiero que tengas una fecha en mente, en Enero del 2007 es la fecha en la cual cual Steve Jobs anuncia que pronto lanzaría esta nueva idea: los teléfonos inteligentes. Cuatro meses después lo cumple. Nuestro mundo ha cambiado, en mi opinión, en muy corto tiempo.
No te voy a mentir, fue un inconveniente. Me tuve que acostumbrar primero a la idea de la incomunicación. Ese regalo que era cambiar de planes sin mucha antelación, el aviso de que vas a llegar tarde (porque muchas veces llegaba tarde), las emergencias o mejor dicho los pedidos de ayuda. Sólo te voy a contar uno porque me da vergüenza mi poca planificación. Estaba en un centro comercial en Valencia, mi ciudad natal, y justo ese día manejaba el auto de mi padre. Entré al estacionamiento, pero olvidé que ese parking no era gratuito. Y bueno al salir, no tenía plata para pagarlo. No era muy caro, sinceramente. Pero yo ya para esa época no usaba efectivo. De hecho no me gustaba tocar esos billetes hediondos y mil veces tocados por otrxs. Déjame explicarte el proceso al que me enfrentaba. El trámite era ir al cajero del banco, que probablemente no tenía efectivo, hacer la fila para abonar el ticket y luego volver al carro. De allí manejar hasta la garita automatizada y colocar el token de pago en un buzon que me dejaría ser libre y volar a la clase, la cual ya iba tarde. Era ¡El proceso! Decidí estafar a la compañia de estacinimiento. Dije que introduje el token en el buzón, pero nunca abrió la puerta. ¿Funcionó? Si, funcionó. Lo juro que sólo lo hice una vez. ¿Por qué deberías creerme? Porque antes llamaba (ahora sólo tenía celular para que me llamaran) a mis amigxs, hermanx y a mi papá para que me trajeran dinero (porque nunca había plata en los cajeros u olvidaba mi cartera, y pare ud. de contar). Pero ese día estaba apurada, o retrasada para otra cita. No tener celular ese día me hizo robar a la comañía de estacionamiento. ¿Me siento mal por ello? Ni un poco.
Mis amigxs estaban muy frustrados con esta modalidad. Porque no tener celular implica que deben confiar en mi, en mi palabra, en que estaré allí a tal hora, que no me podían presionar, y tampoco podían enterarse si había algún tipo contratiempo. Mis padres tampoco estaban demasiado felices. Mi mamá no podía rastrear mis salidas nocturnas. Así fue como conoció a todos mis amigxs por teléfono, no podía salir sin dejarle una lista de números de teléfonos. A mi papá le preocupaba que manejara sin tener un celular. Hay algo que tranquiliza en poder comunicar/contactar en caso de «cualquier cosa». En mi ciudad ese cualquier cosa puede ser desde lo mas trivial: se pincho una llanta, se accidentó el carro, hasta alguien te sigue, te lanzaron rocas al parabrisas, o huevos, o una larga lista de momentos que garantizan que por ti mismo no puedes solucionarlo porque es peligroso. Sinceramente, no creo que nadie que tengas en tu libreta de contáctos pueda solucionarlo. A menos que…
Era raro no poder estar tan accesible a los demás. Yo soy de esas personas que desvía llamadas a diestra y siniestra, que renunció a la posibilidad de ver la última conexión de los demás para que no vieran la mía, que desactivó los cachos azules en el momento que fue disponible (aparte, ¡Qué aterradora es esa funcionalidad!). Y creo que por eso lo hice, era muy fácil que la gente entrara en mi mente, en mis pensamientos, así sea por segundos. Supongo que eso me abrumó. Para las personas introvertidas (¿escapistas? ¿que no saben decir que no?) este tipo de visibilidad es aterradora. Además de otro fenómeno, la adicción. Los smart phones son el azúcar, la cocaína, jaja la coca cola, el doritos. Son muy peligrosos. Yo no podía parar de estar en línea. Era espeluznante. Me pasaba seguido que no podía mantener una conversación con alguien por ¿Cuánto? ¿10 minutos? ya que alguna notificación se interponía entre la conversación del otro ser humano y yo. Quizá estaba cansada de let me down tantas veces, de darme cuenta que el autocontrol no era algo que venía conmigo, que tenía que construirlo, tenía que disciplinar mi mente.
Reformulé la idea de no tener celular a no tener un teléfono inteligente porque entendí la necesidad; estaba pasando mucho trabajo. Yo usaba transporte público, y cuando llovía era complejo tomar un autobús. O por ejemplo, cuando cancelaban las clases, era lindo que me lo avisaran. Y sinceramente, no era del todo horrible hablar por mensajes de texto. De esos que para la época eran infinitos y GRATIS. Eventualmente mi familia y mis amigxs se acostumbraron a la idea de contactarme de esa forma, de una forma no inmediata y que no comprometiera el ahora de una forma tan abrupta. Además, con mi celular no inteligente aprendí otras dos cosas: a escuchar la radio y a volver a prestar atención a la escena cuando estaba, por ejemplo, en la fila del banco, o en la fila del mercado, o en la fila para poner gasolina, en general en las filas. Ya las filas, en esa época, se empezaban a apoderar de la rutina venezolana. Estar en el momento, no es por nada, puede ser jodidamente aburrido. Los teléfonos trantan de entretenernos, educarnos, informarnos, y una larga lista de otras actividades más mientras estamos en esos lugares incómodos y molestos. Allí nos quitaron el cerebro, el corazón fue después más lentamente.
Quiero retomar la radio. Para ello te tengo que contar que hace 15 años fue la primera vez, pero no la última que decidí no tener un smart phone. En el 2015 resucité la idea. Un poco más madura, decidí que estaba sobreestimado la ultra conectividad. Justo me estaba mudando a Lima cuando eso pasó. Mi celular era negro y verde (tipo resaltador). Les conectaba mis audifonos con cables y me iba a trabajar en bici. Puede decirse que era mi época mas eco friendly. ¿Qué escuchaba? Perú tiene una red de emisoras espectaculares. Yo descubrí un subgénero de un género que amo. Con la radio me encontré con la cumbia andina, música que nunca antes había escuchado y que me enganchó al toque. ¿Qué estación era la estación predeterminada? Nueva Q. Donde escuchaba QQQumbia. Como vacilé esa radio. Me acompañó por más o menos un año y medio hasta que cedí, de nuevo, a las presiones del capitalismo, sus mieles y desengaños.
El lunes pasado me robaron el celular. Me di cuenta que mi vida está en la nube, en algún algoritmo que alimenta negocios de otrxs. Todos los aspectos de mi vida están tomados por ese aparato, o mejor dicho por los diferentes algoritmos que lo constituyen. No podía acceder a la laptop de mi trabajo, no podía acceder al banco, no podía comunicarme, no podía conectarme, no podía hacer otras cosas mientras estaba en una fila. No podía hacer tareas básicas. Y, siento que los más importante, es que tenía miedo que otros pudieran acceder a mi mundo virtual. No sólo perdí la comodidad de cargar la tarjeta del transporte público en un minuto, también perdí mi privacidad. Perdí mi pequeño círculo de contención, sentí se me fue arrebatado tanto. Y todo eso en 128GB de capacidad de almacenamiento.
Duré un día bloqueando mi celular y cambiando las claves de todos los servicios que consumo a través de aplicativos virtuales. Dos días después decidí que NECESITABA un celular nuevo. Porque no podía cambiar la vida actual, o no quería cambiar mi rutina. Asi que me lo compré. Hoy, con mi nuevo aparato acondicionado a mis necesidades pienso ¿En quién me convertí? ¿En qué nos convertimos? ¿A dónde vamos, sociedad? ¿Qué clase de sociedad AI, Smart phone, Metaverse, estamos creando? ¿Puedo ser más adicta? ¿Puedo si quiera parar?