El miedo a la vida me parece que es de lo más normal que hay. Aquí, en Buenos Aires nos volvemos locos no sólo por el gen Europeo del Este u del Oeste si no porque a la larga es más fácil ser el vagabundo de la esquina que el señor que tiene que tener su shit together en Belgrano. No es que importe la clase social, la locura es universal. Aunque, mierda, tener corbata y tacones altos en esta época ya es suficiente prueba de la mierda que comemos.
Desde hace muchos días me he mudado a la ciudad de la furia como muy asertivamente Cerati describiría a la capital. Existe la locura como el tercero que por lo general nos acompaña en el Subte, en el trabajo, en nuestra ida al kiosko, incluso a la hora de tomar un baño. La verdad es que siempre te acuerdas de esa amiga, mágica e impulsiva, y, si, muchas veces movilizadora. Ésta te hace pertenecer y también te diferencia porque, así como todo lo de los humanos hay tipos y situaciones en donde usarla. Fran que es el vagabundo que vive en la esquina de casa es tranquilo y habla poco, pero los hay como Amanda que hablan todo el día y no sabes en dónde vayan a parar. Aunque debo decir que Amanda habla siempre con mucha ira, y nunca se le acaba. También están los que piden y ya sea por lástima o miedo o por creerte un corazón amable decidas darle algo de comer. A Matías siempre le dejan la comida alrededor de su cama en la Av. Corrientes con Esmeralda. A veces te encuentras con la familia de Florencia viviendo en frente de la casa de acopio de la Av. Paseo Colón, y cuando digo familia es porque es la familia: el marido Rubén, la madre Teresa, el papa Mauricio y la abuela que queda, Silvia, incluso pueden ver hasta los perros que ellos poseen. Está de más decir que los mejores dueños de mascotas son las personas que viven en la calle.
Conozco a personas que me dicen que todos esos vagabundos son flojos y que quieren vivir del estado y citan y recitan al cansancio todas las leyes, en su opinión, asistencialistas que aprobó Cristina y Néstor. Sea como fuere, el hecho es que ya los vemos como una institución. Te encuentras a ti mismo caminando por la calle viéndolos y sintiendo que es el estado de las cosas, que así es como se debe vivir. Y hay millones de excusas; que si la inflación, que si Macri, que es una ciudad grande (¡de 3.000.000 de habitantes!), que si no quieren echar pa’ ‘lante, etc. Bueno, al final así es. Lo convertimos en nuestra verdad citadina. Me encantaría poder decir que estoy libre de esa mayoría, pero es mentira. Y a pesar que piense que es el orden natural, los observo con mucha curiosidad, pero la mayoría de las veces es más con juicio que cualquier otra cosa.
Estando acá, se me ocurrió que quizá esto tiene que ver más con un tema de salud mental. Porque mierda, si tienes 30 y ya diste todo lo que tenías dar o encontraste tu manera de pertenecer. No sé, me parece que quizá es pronto. O quizá soy yo la confundida por seguir en un sistema que me enerva hasta el cansancio.
Y fue cuando me di cuenta de lo cansada que estaba. Pensé –pero si hice lo que hago todos los lunes: ir al trabajo de a 9hs a 18hs obviamente con una 1hr de descanso porque aquí nadie me esclaviza, después fui a mi 1:30 de Pilates y para finalizar fui a mi clase de japonés (porque Dios sólo sabe cómo siempre he querido irme pa’ ya). Pero llegué a casa y estaba muy cansada. Con ganas de quedarme en casa, pero como ya es costumbre me cociné mi comida vegana. Y con desgano me la comi. Me tomé mi jugo verde que particularmente me sabía más a tierra que cualquier otro día, y me salté bañarme. Fui directamente a la cama. Traté de darle la menos importancia posible a este cansancio, no fue tan difícil. Lo que sí fue dificil, fue pararme todos los días. Cada día era de más cansancio, como si pesara ya una tonelada. Y la verdad es que se empezó a notar en mi forma de vestir, en mi higiene personal, en la forma en que me dirigía en las reuniones. A partir de allí, recomendé a mis seres cercanos que no sonrían tanto a otros, la gente se vuelve adicta a ver tus dientes.
Luego de un mes, todo se volvió un poco más oscuro. En mi trabajo me preguntaron en reuniones cómo me encontraba, si estaba yendo todo bien en casa, que no dudara en pedir ayuda. Muchas veces dudé de sus intenciones, y traté de disimular todo lo que me daba el cuerpo, pero de una forma u otra fallé. De verdad estaba cansada. Pasaron 6 meses para que la empresa me propusiera un descanso no remunerado. La verdad es que no sé cómo lo logran esas empresas; me hicieron sentir que ellos me hacían un favor dejándome de lado. No bastaron los 10 años que le di a esa empresa para un call to action. Hijos de puta.
Muchos se preguntarán por mi familia. La verdad es que no estaban aquí, he viajado por muchos lugares. De hecho, tenía un año en Argentina cuando todo empezó a ponerse raro dentro de mí; sobre todo ese cansancio tan atípico. Tenía muchos compañeros de trabajo, pero mis amigos estaban en Taiwan, New York, Palestina. Todos tratando de hacer algo por hacerme sentir mejor, pero después de dormir una semana entera me di cuenta que mi cansancio no era físico, era mucho más profundo. Sentía como si necesitara ir a ese hoyo para de verdad descansar. Y fue cuando me di cuenta por primera vez en tantos meses de mi aspecto físico: estaba maltrecha; el pelo graso, las uñas sucias, con pómulos huesudos y los dientes sucios sin hablar de la ropa. Me acordé de todos los habitantes de las calles; Amanda, Mateo, Teresa y la abuela Silvia.
Para este momento no conocía sus nombres, sólo sus hogares y alguna que otra cosa característica de su personalidad. Un día de esos de vacío y pesadez, decidí darle una visita y hablarle a Fran, parecía el menos aterrador y la verdad es que quedaba cerca de la casa que seguía NO pagando la empresa. Mi primera conversación con él fue poco productiva. Le dije -Hola ¿Cómo estás?- con tono tímido. Yo pensé que desataría, con mi acto de bondad, mucha felicidad en él, pero para mi sorpresa no me contestó, no me miró, ni siquiera creo que se enteró que estuve allí. Me quede atónita, avergonzada me retiré. Como es de suponer mi curiosidad aumentó y quise saber más de esa persona, y así lo hice. Me sentaba en la vereda de enfrente por horas sólo a observarle. Luego de varios días, casi meses él se acercó y me dijo en voz muy baja -go crazy- y sin más se alejó de mí.
Como ya suponen me botaron del apartamento, y dejé de lado todos los devices que me convertían en humano. La verdad de esta etapa recuerdo poco estaba. Para ese momento ya en altas dosis de muchos días sin hablar nada y en ese inmenso vacío que me abrazaba. No puedo decir que era del todo desagradable. Me gustaba moverme en ese «fango» incluso la pesadez corporal se convirtió en un juego para mi. Fue cuando conocí a Amanda. Amanda me enseñó su fuente de vitalidad: el crack. Y cuando digo enseñar no me refiero a que me enseñó la práctica sino literalmente me mostró cómo ella lo hacía, pero también reconocí que todo lo que decía venía del mismo lugar; era como si su trance la posiciona en el mismo lugar. En un punto puedes llegar a aburrirte de ver el mismo show, even though el show era quite interesting.
Sí, empecé a vivir en la calle, y fue como conocí a la familia que vivía en frente del centro de acopio. La verdad lo más incómodo de no tener casa es, aparte de la lluvia y el frío hijo e madre, tener sexo. Pero la verdad es que eso parecía ser un problema sólo para mi. Allí fue cuando me di cuenta de cómo nos enseñan a ver el sexo como algo “oscuro”. No es que diga que los habitantes de calle sean mega iluminados con respecto a este tema, pero bueno hay que tener sexo, pues. Y sin tanto peo, lo hacen. Y eso me lleva a otro punto bien extraño. La gente que está “sana”.Las miradas de asco, de miedo, de lástima, sin duda, las últimas son las peores. Al inicio me sentía indigna sólo por el hecho de no pertenecer a sus reglas. Me daba vergüenza no tener casa, y es bien paradójico porque yo lo decidí de alguna forma. Me escondía de las miradas. Ya después, me sentía a pleno incluso naturalize el juicio de los demás hasta a veces lo necesitaba para continuar, y entendí que podía usarlo, a veces, a mi favor; pidiendo limosna.
Luego pasó algo sensacional y triste al mismo tiempo: pusieron fotos de mi por todo Buenos Aires: SE BUSCA, PERDIDA, LLAMANOS, RECOMPENSA. Fue triste porque muchos de mis amigos de la calle dejaron de confiar en mí, pensaron que era una especie de policía que quería “arrestarlos”. No puedo dejar de pensar en eso y limitarme a reír a carcajadas. Yo de tenerlo todo decidí estar así de “loca”. Fue triste perder ese círculo de comunidad donde realmente vivimos en la más impertinente locura y a veces hasta descarada para ojos ajenos.
Pero fue sensacional también. Pude ver lo que hace la clase media; me encontraron una noche. Menos mal no estaba la familia porque les hubiesen hecho daño. La policía actúa de formas extrañas bajo órdenes, es como si no pudiesen discernir de lo que es peligroso o no. Me arrebataron del lugar de una forma muy violenta. Lo que pasó luego fue muy rápido y sin importancia personal: me quitaron la mugre por fuera, estuve en «evaluación» con cuatro “expertos” y muchos interrogatorios. Por la noticias pasaron miles de teorías desde teorías conspirativas, secuestros hasta drogas muy poderosas. Y luego de todo eso, pude ver a mi familia. Eso me gustó mucho, no sabía que tenía tantas ganas de verlos.
Descubrieron un montón de males psiquiátricos, y si no hubiese sido por mi hermano todas la farmacéuticas hubiesen tenido alto profit sólo por una semana del tratamiento propuesto. Hice millones tipos de yoga, 40 tipos de meditaciones, acudi a 200 terapias de grupo y mucha comida sana. Todo eso fue lo que me hizo sentir mejor aparte de todo el amor que pudieron darme. Y con todo, estar en la calle fue más esclarecedor que todas esas maricuras.
Foto por LuCeferino
Yo siempre pienso en ti…en la calle en el trabajo con la familia con los amigos…hasta cagando en el baño… no vagabundees…tienes una casa y una historia en mi corazón…
P.D; disculpa los meteoritos ortogradicos.
BMP.xxx
Atte.
Me gustaMe gusta