Jamás imaginé que algo así pudiese ocurrirme. Yo estoy en un cuartito blanco, pulcro y vacío. No hay indicios de que nadie alguna vez hubiese estado allí. De alguna forma, es triste que nadie más haya tocado este lugar. Es como si el mundo hubiese nacido con este cuarto blanco poco hospitalario. Es un poco aterrador también, te imaginarás que todo blanco e impoluto no es de este mundo. A veces, hasta duele un poco los ojos; es tan brillante y resplandeciente, qué horror. Aquí estoy, sintiendome atrapada por la blancura, y lo más desesperante es que no hay puerta, está esa pequeña ventana muy cerca del techo que es imposible de alcanzar. Es de esos cuartos con techos muy altos que sólo de verlo te puedes marear.
Afuera se oyen las olas, la brisa rozando las palmas, los caracoles traidos y llevados por la fuerza del mar. Yo quiero estar allí. Pero en cambio estoy en esta paradoja de pulcritud que hace que me duela el alma.
¿Qué cómo entré? Yo sé que la respuesta está dentro de mi, pero no logro recordarla, ni tampoco encontrarle pistas, simplemente, no lo logro. Pienso, y hago «rutas de pensamiento» en mi cabeza para poder recobrar esa información, pero sólo puedo recordar el primer instante en el que ya estaba aquí, ese segundo antes es inalcanzable para mi.
Estoy aquí, y hasta puedo oler el salitre, puedo saborear el oceano, pero no logro salir de este cuartito sin cerradura, sin puerta, ni fisuras. No hay nada en él mas que yo misma. Sé que tengo la respuesta para salir, pero no la puedo recordar…