Un día normal

Era un día de verano en cualquier ciudad extranjera, sin embargo, es a esta a la que ahora llamas hogar. Digo cualquiera porque ningún verano; llámalo cielo, llámalo nubes, llámalo veintitantos grados, se parece al de mi lugar de crecimiento. Es el olor a café en la mañana que acompaña el calor de la tierra, los gritos que aderezan los sonidos, es el calor maternal que rodea tu cuerpo; en fin todo el privilegio que tienes en donde creciste no se parece nunca al lugar a donde vas. Probablemente, eso es lo que interesa al viajar: romper paradigmas y darle vida a otras formas de vida.

Pero ansío, probablemente, estar en casa. Sentirme segura de mis pasos, siempre con la cabeza en alto, siempre sabiendo que tengo derechos y que puedo acceder a ellos desde donde sea que esté. No me refiero al hogar como un lugar geográfico, si no como a ese lugar espacial, mental, emocional al que recurrimos para poder encontrar todo eso que nos consolida como seres humanos; íntegros ¿y por qué no? Felices.

Era uno de esos donde la furia es quien guía tus pensamientos. A cada paso las ideas se vuelven más retorcidas y como es de esperarse tu corazón late más rápido, y la energía de la ira recorre y abraza todo tu cuerpo. Mi ira yo la siento en el pecho, la siento en la base de mi espalda, la siento aglomerarse hasta entumecer mi cuello. Todo eso y apenas he recorrido unas cuatro cuadras hacía mi trabajo.

Esta ira de ese día era diferente. Yo quería insultar a todo el mundo con un solo comentario. Yo quería que un meteorito acabara la humanidad; miraba el firmamento esperando por aquella bola cubierta de fuego, aproximándose a mí, y que inevitablemente nos impactaría con tanta fuerza que ya luego no quedaría nada. No quedaría rastro del planeta. Ni siquiera un vestigio, no una bruma, nada. Seríamos la nada de nuevo. O mejor dicho continuaríamos siendo nada.

Estar molesta no es algo que necesariamente me parezca descabellado. Yo, Claudia, tengo años en esto, y hay situaciones que me incomodan, y bueno, yo lo expreso con rabia, uno que otro pensamiento destructivo, pero no me considero una persona particularmente violenta. No he ultrajado a nadie, ni siquiera porque piense que de verdad se lo merezcan porque al fin y al cabo la rabia cuando está en mi cuerpo me hace sentir viva, y si la descargo la sensación de cansancio y de honda tristeza me ataría no estoy segura a qué.

En fin, cuando llegué al paradero de mi autobús me di cuenta que la furia ahora quería hablar pero no para mi misma, si no para el resto de mis colegas humanos. Quería decirles que me molestaba sólo tener que verlos, que me irritaba la idea de que teníamos que respirar el mismo aire, que me incomodaba la idea de que este bus, en el que ahora me encontraba, era hecho por manos humanas. En ese momento aborrecí a mi especie, y en el fondo a mí misma también. Tenía que lidiar con todas esas desagradables personas sudadas por el inclemente sol, feas y a veces hasta gordas, sin ningún sentido de lo que significa el buen gusto y con todas esas expresiones faciales decadentes y sin encanto; estaba rodeada de monstros.

Siempre me percataba de mi piel, temía que me convirtiera en uno de ellos ya sea por contacto físico o simplemente por asociación. Mi postura era como la de esos asociales que les da asco la civilización: así estaba sin fuerzas para erguir mi espalda, con los brazos en forma de X, boca apretada, piernas cruzadas, con audífonos a todo volumen y la mirada en el cielo, ¡sí! anhelando la destrucción masiva. Y a cada movimiento del autobús era inevitable rozar a otro ser humano que allí se encontraba, todos me repugnaban por igual, entonces las arcadas internas ya pronto se hicieron visibles a los demás. No podía controlarme, en un punto pensé que vomitaría. Pero todo funcionó gloriosamente, como pensaron que de verdad lo haría a gran velocidad todos se alejaron de mí, aupando esta aura de soledad que se olía a kilómetros.

No fue problema bajar del bus, todos dejaron, en un acto de desesperación, que yo descendiera de primera. Y me dije – Lo que hace la antipatía…- Y no pude evitarlo, pero casi pude sentir como se dibujaba una sonrisa en mi rostro. Funcionaba esto de expresar mi ser. Funcionaba como yo quería. De allí mi mente voló, se vio famosa por ser el único ser humano que expresaba desdén por lo demás y obtenía lo que quería, y la mente gritó: ¡QUIERO ESTAR SOLA, MALDITOS! Automáticamente, mi mente se hizo una pregunta en voz muy bajita – ¿De verdad? – la ignoré y continué caminando.

Mientras caminaba recordé algo que leí hace un tiempo atrás, Voltaire cuando sentía que tenía muchas ideas no usaba transporte público o ningún tipo de transporte, más bien caminaba. Caminar le oxigenaba el cerebro y sus ideas fluían con más facilidad a parte que los problemas parecían resolverse sin mucha dificultad. Y me vi allí, planeando como sería la extinción humana, no sé por qué pero unas cosquillas antipáticas hicieron de las suyas en la parte baja de la espalda. Ya pasando el parque retomé mis pensamientos originales: el odio a todos y una voz en mi mente dijo – ¿Quiénes son todos? – Yo no respondí, pero llegaron muchas imágenes a mi cabeza. Esos momentos cuando te sientes discriminada, estereotipada, ultrajada, ridiculizada, y al final estaba esa sensación de menosprecio…

Sentirse ajeno a todo y paralizado no son buenos consejeros. Sentir muchas veces rechazo y decepción no lleva a lugares alegres. Sentirte el fracaso por tanto tiempo no fortalece la energía de los seres, más la deshumaniza. Ya faltando una cuadra para llegar a mi trabajo la taquicardia parecía ya crónica y no había espacios en blancos en mis pensamientos. Pensamientos que ahora parecían repetirse a una velocidad mucha más rápida que la de la luz. No podía respirar bien y el sudor cubría toda mi espalda eran las 5:54 de la tarde. Mi cita laboral a las 6. Yo sentía como si estaba luchando por mi vida en las arenas movedizas. No tenía más escapatoria que seguir molesta e incluso molestarme más porque nunca es suficiente.

Subí las escaleras de la entrada principal de la torre donde iba a trabajar y como estaba absorta en mis emociones y pensamientos no pude escuchar ni ver el gesto del saludo del vigilante. Quizá eso me hubiese calmado un poco. Y llegué a la recepción a las 5:57. Y de repente me desconecté de mi misma. No, no fue de repente. Al llegar al escritorio principal con toda la ira que había estado cocinando desde hace más de una hora, y con todas las ganas de mandar a la mierda a todos y todo, este ser humano me habla y dice – Buenas tardes, señorita ¿A dónde se dirige?- con voz respetuosa pero llena de ternura. Eso actuó como un tranquilizante directo en la yugular; toda esa furia que erupcionaba dentro de mi ser se enfrió. Recordé vagamente a qué piso iba y a la persona que requería.

Estuve en blanco por algunos segundos. Supe que estaba en blanco porque ella cuando regresaba de  mi trance me preguntó si estaba bien. Y la verdad es que  si, si estaba bien. Era como si con toda su amabilidad ella hubiese curado la herida, ya ni siquiera estaba la costra, era una cicatriz y se sentía como si hubiese sido hace mucho tiempo atrás. De repente, recordé la respuesta a la única pregunta que comprendí y le dije – Voy a la oficina 2205 – con un tono de voz sereno y casi afectuoso. Diana, así se llamaba la señorita, me pregunto cordialmente – Podría mostrarme algún DNI, por favor- finalizando con una gran sonrisa su oración. Acto seguido, aún bajo efectos que desconozco, pero que definitivamente aletargaba mis movimientos y hasta mi agilidad mental se vio disminuida por un no sé qué. Como pude le acerque mi DNI. Y  ella como si fuese lo más normal del mundo que alguien tarde millones de minutos sacando un DNI me dijo con mucha excitación – ¡Oh! ¿Cuánto tiempo llevas aquí? – Yo esta vez no tardé tanto en responder y  le dije muy pausadamente – 10 meses – quizá  un poco incrédula de que a alguien le pudiese importar.

Llamó a la oficina, me devolvió mi DNI y me dijo – ¡Qué bueno que estás aquí! ¡Te irá excelente! – como si hubiese guardado dicha desde hace años y sólo esperaba este momento para decírmelo. Yo le sonreí e hice una pequeña reverencia con mi cabeza solamente, y empecé a caminar hacia atrás, cuando me volteaba una bola de fuego, esa que esperaba apareciera en el cielo, la descubrí dentro de mí, desde el estómago hasta mi cabeza. Por obvias razones, mis movimientos eran más bien parsimoniosos, aunque yo hubiese dicho en ese momento que eran erráticos. Continué caminando por el pasillo sintiendo el calor como subía y bajaba ¡Me estaba quemando por dentro! Me sentía débil y sudada. Al momento de llegar al ascensor y marcar mi piso comprendí que no podía controlar lo que venía. Se abrió la puerta salieron unas dos personas, y entré en él; convertí mi sufrimiento en lágrimas. Era una catarata andante de lágrimas. Felizmente estuve sola hasta llegar al piso 22 y pude hacerlo a mis anchas. Estaba apagando todo el fuego con mis lágrimas.

Se abrió la puerta del ascensor y eran las 5:59 de la tarde. El pasillo estaba desierto. Necesitaba unos segundos más. Allí me fui un segundo a las escaleras y me senté. Respiré. Y por primera vez en mucho tiempo me sentí tranquila.

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